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de la valía de Kirby y Spence, que han usado del mismo argumento
para negar a las abejas toda inteligencia que no sea la que se agita
vagamente en la estrecha cárcel de un instinto asombroso pero invaria-
ble. «Mostradnos -dicen- un solo caso en que, empujadas por las cir-
cunstancias, hayan tenido la idea de substituir, por ejemplo, la arcilla o
la argamasa a la cera y el propóleos, y convendremos en que son capa-
ces de raciocinar.» Este argumento que Romanes llama The question
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La vida de las abejas donde los libros son gratis
begging argument y que también podría llamarse «el argumento insa-
ciable» es de los más peligrosos, y aplicado al hombre nos llevaría muy
lejos. Bien considerado emana de ese «simple buen sentido» que hace
a menudo tanto daño y que, contestaba a Galileo: «No es la tierra la
que gira, puesto que veo el sol que marcha por el cielo, remonta por la
mañana y desciende por la tarde, y nada puede prevalecer sobre el
testimonio de mis ojos.» El buen sentido es excelente y necesario en el
fondo de nuestro espíritu, pero con la condición de que lo vigile una
inquietud elevada, y le recuerde en caso necesario lo infinito de su
ignorancia; de otro modo no es más que la rutina de las partes inferio-
res de nuestra inteligencia. Pero las mismas abejas han contestado a la
objeción de Kirby y Spence. Apenas se había formulado, cuando otro
naturalista, Andrew Knight, que había untado con una especie de bar-
niz hecho de cera y trementina la corteza enferma de ciertos árboles,
observó que sus abejas renunciaban por completo a cosechar propóleos
y no hacían uso sino de aquella materia desconocida, pero inmediata-
mente probada y adoptada, que hallaban lista ya y en abundancia en los
alrededores de su mansión.
Por lo demás, la mitad de la ciencia y la práctica apícolas es el
arte de dar alas al espíritu de iniciativa de la abeja, procurar a su inteli-
gencia emprendedora la oportunidad de ejercer y hacer verdaderos
descubrimientos, verdaderas invenciones. Así, cuando el polen escasea,
en las flores y para cooperar a la cría de las larvas y las ninfas que lo
consumen en cantidad enorme, los apicultores esparcen harina en las
cercanías de la colmena. Es evidente que, en el estado natural en el
seno de sus bosques natales o de los valles asiáticos, en que probable-
mente, vieron la luz en la época terciaria, las abejas no encontraron
substancia alguna de ese género. No obstante, si se ha cuidado de «ce-
bar» algunas, poniéndolas sobre la harina esparcida, éstas la palpan, la
gustan, reconocen sus cualidades más o menos equivalentes a las del
polvillo de las antenas, vuelven a la colmena, anuncian la noticia a sus
hermanas, y las recolectoras acuden al punto adonde se halla aquel
alimento inesperado e incomprensible, que en su memoria hereditaria
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debe ser inseparable del cáliz de las flores, donde desde hace tantos
siglos su vuelo es tan voluptuosa y tan suntuosamente acogido.
II
Hace apenas cien años es decir, desde los trabajos de Huber, que
se ha comenzado a estudiar seriamente a las abejas y a descubrir las
primeras verdades importantes que permiten observarlas con fruto.
Hace algo más de cincuenta años que, gracias a los panales y los mar-
cos movibles de Dzlerzon y de Langstroth, se fundó la apicultura ra-
cional y práctica y que la colmena ha cesado de ser la inviolable
mansión en que todo pasaba en un misterio que no podíamos penetrar
sino después de que la muerte lo había convertido en ruinas. Por últi-
mo, hace apenas cincuenta años que los perfeccionamientos del mi-
croscopio y del laboratorio del entomólogo han revelado el secreto
preciso de los principales órganos de la obrera, de la madre y de los
zánganos. ¿Hay que sorprenderse de que nuestra ciencia sea tan corta
como nuestra experiencia? Las abejas viven desde hace millares de
años, y nosotros las observamos desde hace diez o doce lustros. Aun-
que quedara probado, que no ha cambiado nada, en la colmena desde
que la abrimos, ¿tendríamos derecho para deducir que nunca se ha
modificado nada tampoco antes de que la hubiéramos interrogado? [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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