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Clark.
Me quedé helada largo rato mientras me iba poniendo roja como la grana, tragándome
el amargo convencimiento de que me habían tomado el pelo a la perfección otra vez.
Sólo tres personas en el mundo son capaces de hacer que me sienta idiota, y Clark es
dos de ellas.
Oí que alguien carraspeaba a mi espalda y giré en redondo. Apoyado en el quicio de la
puerta estaba mi hermano. Me sonrió y dijo:
- Hola, hermanita. ¿Buscas algo? ¿Necesitas ayuda?
No perdí el tiempo disimulando:
- Clark Fríes, ¿qué introdujiste de contrabando en esta nave, y en mi equipaje?
Su expresión era inocente, esa expresión bobalicona y malévola que ha enviado a más
de un profesor bien equilibrado al psiquiatra.
- ¿De qué diablos hablas, Pod?
- Sabes muy bien de qué estoy hablando. ¡De contrabando!
- ¡Oh! - Su rostro se ensanchó en una deliciosa sonrisa - ¿Te refieres a aquellos dos
kilos de polvo de la felicidad? Vamos, hermanita, ¿aún te preocupa eso? ¡Pero si no
existieron nunca! No hice más que divertirme un poco tomándole el pelo a aquel inspector
tan envarado. Supuse que te lo imaginarías.
- No me refiero a dos kilos de polvo de la felicidad. Hablo de tres kilos al menos de algo
más que escondiste en mi maleta.
Parecía preocupado.
- Pod, ¿te encuentras bien?
- ¡Oh..., cáscaras! Clark Fries, ¡no me vengas con ésas! ¡Sabes muy bien lo que quiero
decir! Cuando me centrifugaron, mis maletas y yo sobrepasábamos la tasa en tres kilos.
¿Bien?
Me miró pensativamente, comprensivamente.
- Ya me había parecido que estabas engordando un poco, pero no quería mencionarlo.
Supongo que se debe a esta comida tan rica de la nave, de la que siempre estás
atiborrándote. La verdad, Pod, deberías vigilarte un poquito. Después de todo, si una
chica deja que se le estropee la figura no le queda mucho más. Eso me han dicho.
Si el sobre hubiera sido un instrumento cortante, le degüello. Escuché un gruñido ronco
y comprendí que salía de mis labios. Respiré hondo.
- Bien, ¿dónde está la carta que venía en este sobre?
Pareció sorprendido:
- ¿Cómo? Si la tienes ahí, en la mano.
- ¿Esto? ¿Es esto lo que había? ¿No había una carta?
- No, sólo esa nota que yo escribí, hermanita. ¿No te gustó? Pensé que era lo más
adecuado para la ocasión. Sabía que la encontrarías a la primera oportunidad. - Sonrío. -
La próxima vez que quieras meter mano en mis cosas, dímelo y te ayudaré. En ocasiones
tengo algún experimento en marcha y podrías resultar herida. Es lo que suele pasar a los
que no son muy inteligentes y no miran antes de cruzar. Y no me gustaría que te pasara
nada a ti, hermanita.
Ya no quise perder más el tiempo hablando con él. Le empujé a un lado, me fui a mi
propio cuarto, me eché en la cama y rompí a llorar.
Luego me levanté y me arreglé la cara con sumo cuidado. Sé muy bien cuándo me han
vencido, no necesito que me lo deletreen. Tomé la resolución de no volver a mencionar
este asunto a Clark.
Pero ¿qué podía hacer? ¿Acudir al capitán? Ya le conocía bastante bien y su
imaginación sólo alcanza a la próxima predicción balística. ¿Decirle que mi hermano
había metido algo de contrabando y que más le valía registrar toda la nave
cuidadosamente porque, fuera lo que fuese, no estaba en la habitación de Clark? «No
seas tan rematadamente idiota, Poddy», pensé. «En primer lugar, se reina de ti; en
segundo lugar, no te gustaría que cogieran a Clark... ni a mamá ni a papá tampoco.»
¿Decírselo a tío Tom? Tal vez se mostrara también incrédulo o, de creerme, acudiera
personalmente al capitán con los mismos desastrosos resultados.
Decidí no decirle nada, al menos todavía no. Pero sí mantener bien abiertos los ojos y
atentos los oídos y tratar de hallar la respuesta por mí misma.
En cualquier caso no perdí mucho tiempo con las trastadas de Clark (si es que había
cometido alguna, me dije con toda honradez). Ahora estaba viajando en mi primera nave
realmente espacial -ya en camino, por tanto, de realizar mis ambiciones- y tenía mucho
que aprender.
Los folletos de viaje son por lo general sinceros, supongo, pero no dan el cuadro
completo.
Por ejemplo, consideremos esta frase del folleto de las Líneas Triángulo: Días
románticos en la antigua Marsópolis, la ciudad mas vieja que el tiempo; noches exóticas
bajo las hermosas lunas de Marte.
Digámoslo ahora con palabras más normales y corrientes, ¿qué les parece? Marsópolis
es mi ciudad natal y la quiero mucho, pero es tan romántica como un bocadillo de pan y
mantequilla sin jamón. Los distritos residenciales son nuevos, diseñados en plan
funcional, no en plan romántico. En cuanto a las ruinas que quedan fuera de la ciudad
(que los marcianos jamás llamaron Marsópolis), muchos intelectuales y eruditos, incluidos
mi padre, se han ocupado de que estén totalmente cerradas y vigiladas, de modo que
ningún turista vaya a grabar sus iniciales en algo que ya era viejo cuando las hachas de
piedra constituían el último grito en lo que a su superarmamento se refiere. Aparte de
esto, las ruinas marcianas no son hermosas, ni pintorescas, ni impresionantes a los ojos
humanos. El único medio para saber apreciarlas consiste en leer un libro realmente bueno
con ilustraciones, diagramas y explicaciones sencillas. Por ejemplo: Otros caminos
distintos del nuestro, escrito por mi padre. (Esto es publicidad.)
Y hablando de noches exóticas... En Marte, el que no esté bien metidito en su casa
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