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- A ese que está mezclando sus imágenes pensadas con las tuyas - replicó mi
hermana.
Hubo una pausa. Yo me abrí al máximo, pero no pude detectar ningún concepto
pensado. En aquel instante Michael, Mark y Rachel dijeron casi al unísono:
- Yo no capto nada. Debe ser
Petra produjo una poderosísima señal. En palabras hubiera sido equivalente a un
nervioso: «¡Callaos!» Luego de apaciguarnos, nos pusimos a esperar.
Paseé mi vista por el otro cuévano. Rosalind, con uno de sus brazos rodeando a Petra,
la observaba atentamente. Mi hermana tenía los ojos cerrados, como si estuviera
concentrándose en la audición. Al poco rato notamos que se relajaba un poco.
- ¿Qué es? - le preguntó Rosalind.
Petra abrió los ojos. Su respuesta era desconcertante y no muy coherente.
- Alguien que me interroga, de nuestro sexo. Creo que se halla lejos, muy lejos, a
muchísima distancia de aquí. Dice que ha captado mis anteriores pensamientos de temor.
Quiere saber quién soy y dónde me encuentro. ¿Se lo digo?
Por un instante sentimos renacer la cautela. Entonces Michael, excitado, quiso saber si
dábamos nuestra aprobación. Contestamos que si.
- De acuerdo, Petra - convino -. Adelante, díselo.
- Pero tendré que elevar el tono - nos advirtió -. Ya os he mencionado que está muy
lejos de aquí
Sucedió como nos había advertido. Si hubiera establecido la comunicación mientras
teníamos las mentes completamente abiertas, las habría abrasado. Por mi parte cerré la
mía y traté de concentrar la atención en el viaje que íbamos a realizar. Representó una
ayuda, pero de ningún modo fue una defensa impenetrable. Como cabía esperar de la
edad de Petra, las imágenes eran sencillas, pero así y todo me llegaron con una violencia
y brillantez que me ocasionaron ofuscación y aturdimiento.
Michael soltó el equivalente a un «¡Puf!» cuando Petra redujo la intensidad del
contacto, exclamación a la que la niña replicó con un «¡Cállate!» parejo al anterior. Se
produjo una pausa, y después otro breve intermedio deslumbrante. Al desvanecerse,
Michael quiso saber:
- ¿Dónde está?
- Por allí - respondió Petra.
- Por amor del cielo...
- Está señalando al sudoeste - le expliqué.
- ¿Le has preguntado el nombre del sitio donde está, guapa? - medió Rosalind.
- Si - contestó mi hermana con palabras que se oscurecieron al añadir -, pero no ha
significado nada para mi; lo único que he entendido es que consta de dos partes y de
mucha agua. Por otro lado, ella tampoco ha comprendido dónde estoy yo.
- Dila que te lo describa en forma de letras - sugirió Rosalind.
- Pero yo no sé leer las letras - objetó Petra sollozante.
- ¡Oh, querida, qué torpeza la mía! - exclamó Rosalind -. Vamos a hacer una cosa. Yo
te doy una por una las formas de las letras, y tú se las transmites a ella con el
pensamiento. ¿Qué te parece?
Petra, vacilante, estuvo de acuerdo en probar.
- Bien - comentó Rosalind -. ¡Atentos todos! Establecemos contacto de nuevo.
Formó una «L», que Petra reprodujo con fuerza devastadora. Rosalind continuó con
una «A», etc., hasta completar la palabra. Petra nos informó:
- Ella lo entiende, pero no sabe dónde está Labrador. Dice que intentará descubrirlo.
Ha querido enviarnos la descripción de sus letras, pero la he contestado que no va a
resultar.
- Claro que va a resultar, guapa. Tú las recibes de ella y luego nos las muestras a
nosotros... sólo que suavemente, para que podamos leerlas.
En seguida recibimos la primera. Era una «Z». Nos sentimos chasqueados.
- ¿Qué sitio es ese de la tierra? - preguntaron a una todos.
- Ha debido equivocarse - decidió Michael -. Tiene que ser una «S».
- No es una «S» - replicó Petra llorosa -. Es una «Z».
- No te preocupes - la tranquilizó Rosalind -. Tú sigue.
Quedó completado el resto de la palabra.
- Bueno, las demás letras son adecuadas - admitió Michael -. Tiene que ser Sealand...
- No es una «S» - repitió obstinadamente Petra -. Es una «Z».
- Pero, guapa, con «Z» no significa nada. Sin embargo, Sealand quiere decir sin duda
una tierra en el mar.
- Si eso os sirve de algo... - dudé -. Según mi tío Axel, hay mucho más mar de lo que
nadie piensa.
En aquel momento, la conversación de tono indignado que Petra reanudó con la
desconocida lo eclipsó todo. Al final anunció triunfalmente:
- Es una «Z». Dice que es distinta de la «S», que suena como el zumbido de una abeja.
- De acuerdo - concilió Michael -. Pero pregúntala si hay mucha cantidad de mar.
Mi hermana no tardó mucho en contestar:
- Si. Hay dos partes de tierra con grandes cantidades de agua a su alrededor. Desde
donde está ella se ve el sol brillando sobre el mar a lo largo de kilómetros y kilómetros, y
todo es azul...
- ¿En plena noche? - observó Michael -. Está loca.
- Es que donde está ella no es de noche - replicó Petra -. Me lo ha mostrado. Se trata
de un lugar con muchas, muchísimas casas diferentes de las de Waknuk, pues son
bastante más grandes. Y por las carreteras circulan un montón de carruajes muy
divertidos, sin caballos. Y por el aire hay unos objetos con cosas muy curiosas encima...
Sentí como una sacudida al reconocer en lo que describía el cuadro de mis sueños
infantiles que casi había yo olvidado. Intervine para repetir la descripción con más claridad
que Petra: un objeto en forma de pez, todo blanco y brillante.
- Si, eso es - asintió mi hermana.
- Hay algo muy raro en todo esto - medió Michael -. David, ¿cómo demonios sabías
tú...?
No le dejé terminar.
- Permite que Petra obtenga ahora todo lo que pueda - le sugerí -. Ya hablaremos de lo
otro después.
Nuevamente hicimos cuanto nos fue posible para levantar una barrera entre nosotros y
el aparente intercambio unilateral que mi hermana dirigía excitadísima.
Avanzamos lentamente a través del bosque. La misma preocupación que sentíamos
por no dejar huellas en caminos y veredas nos impedía progresar de modo ostensible.
Además de llevar los arcos dispuestos para su utilización inmediata, teníamos que ir con
cuidado a fin de que no se nos cayeran de las manos y agacharnos mucho para no
tropezar con las colgantes ramas. Aunque el riesgo de encontrarnos alguna partida no era
excesivo, si que había posibilidades de que nos saliera al paso alguna alimaña. Por
fortuna, las veces que vimos estos animales fueron siempre en huida. Quizás les
amedrentara el tamaño de los caballos gigantes; pensamos que si era así, contábamos al
menos con una ventaja frente a la reconocible huella que íbamos dejando.
En aquella zona no son muy largas las noches de verano. Marchábamos sin parar
hasta que empezaba a amanecer, y luego buscábamos algún claro para descansar. De
haber desensillado las caballerías, hubiéramos corrido un gran riesgo; para levantar las
pesadísimas sillas y cuévanos hubiéramos tenido necesidad de utilizar una especie de
polea colgada de una rama, lo que hubiera eliminado cualquier probabilidad de una rápida
escapada. Nos limitábamos, pues, a trabar los caballos como anteriormente. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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