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arroz... Ahora lo comprendía todo; su mujer se estaba burlando de él. Sabía de sus amores, y aquella ida
inopinada al teatro era un careo... sí, un careo de los criminales. Porque él era un criminal, claro. No
importaba; sucediera lo que sucediera, había que defenderse como gato panza arriba. Tuvo que sentarse,
detrás de su mujer, porque las piernas le temblaban, según costumbre en casos tales (si era que jamás se
había visto en caso parecido); pero estaba dispuesto a disimular, a mentir como un héroe, si era preciso,
ya que el Señor se dignaba concederle aquel don del fingimiento, de que no se hubiera creído capaz a no
verlo. «¡Lo que puede el instinto de conservación!», pensaba.
-¡Ah! -gritó, ahogando el grito antes de salir de los labios, Emma, que acababa de ver un pie de la
Gorgheggi, al descender la tiple majestuosamente de su trono de madera pintada de colorines. Fuera un
anacronismo o no, las botas de su alteza eran idénticas a las que había comprado ella por la tarde. Fuejos
no había mentido.
-Lo mismo que las mías. Ese Fuejos es persona de verdad decir. ¿Lo ves, Bonifacio? El otro par lo
trae esa señora; lo que me dijo el zapatero. ¿Por qué le levantas falsos testimonios? ¿Por qué has negado
que le viste el pie a esa damisela esta mañana? ¿Qué tiene eso de particular? ¿Crees que voy a celarme,
marido infiel?
Bonis calló. Por mucho valor que él tuviera, y estaba seguro de que lo tenía, aquello no podía durar.
¿Adónde iba a parar su mujer?
-¿Sabes tú si tiene querido esa doña Serafina? Si lo tiene, ése habrá pagado las botas.
Esta libertad de lenguaje no le extrañaba a Nepomuceno, que en cuanto veía a su sobrina con un poco
de carne y regular color, ya esperaba de ella cualquier locura de dicho o de hecho.
En cuanto al marido, no veía en tamaña desfachatez más que el sarcasmo terrible de la esposa ultrajada.
Le parecía muy natural que el cónyuge engañado se entretuviera en aquellos pródromos de ironía antes
de tomar terrible venganza. Así sucedía en las tragedias, y hasta en las óperas.
Ensimismado en su terror, vuelta la cara hacia el fondo del palco, Bonis no pudo notar por qué Emma
no insistía en sus cuchufletas, si lo eran aquellas preguntas al parecer capciosas. Si él se había puesto
antes encendido, y enseguida muy pálido, al salir a las tablas Serafina, ahora Emma era la que tomaba el
color de una cereza; y clavaba los gemelos en un personaje que acababa de llegar de tierra de moros,
vencedor como él solo, y que se encontraba con que la Reina le había casado a la novia con un rey de
Francia para no tener rival a la vista. El vencedor de los infieles era el barítono Minghetti, que lucía dos
espuelas como dos soles, y tenía un vozarrón tremendo, no mal timbrado y lleno de energía. En vano la
Leopoldo Alas «Clarín»: Su único hijo
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Reina le pedía perdón, colgándosele del cuello, previo el despejo de la sala, cubierta de coristas, todos
ellos viles cortesanos. El barítono no transigía; huía de los brazos de la Reina y llamaba a gritos a la otra.
-Está muy guapo así -pensaba Emma-; pero me gustaba más con el traje de barbero.
Cuando el caudillo no pudo gritar más, o reventaba, la tiple empezó a quejarse de su suerte y a
pintarle su pasión con multitud de gorjeos, que acompañaba el flauta, jorobado. Como suelen hacer en
tales casos los amantes desdeñosos, en vez de escuchar las lamentaciones y las quejas de la reina, el
barítono aprovechó el descanso para toser y escupir disimuladamente, y después se puso a revisar con
gran descaro los palcos, donde lucían su belleza las señoras más encopetadas. Llegó su mirada al palco
de Emma, que sintió los ojos azules y dulcísimos de Minghetti metérsele por los tubos de los gemelos y
sonreírle, a ella, como si la conociera de toda la vida y hubiera algo entre ellos. Emma, sin pensarlo,
sonrió también, y el barítono, que tenía mirada de águila, notó la sonrisa, y sonrió a su vez, no ya con los
ojos sino con toda la cara. La emoción de la Valcárcel fue más intensa que la experimentada poco antes
al notar la admiración que su lujosa presencia producía en el concurso. Para sus adentros se dijo: Esto es
más serio, es un placer más hondo que satisface más ansias, que tiene más sustancia... y que tiene más
que ver con mis planes. Los planes eran burlarse de una manera feroz de su tío y de su marido, jugar con
ellos como el gato con el ratón, descubrir medios de engañarlos y perderlos, que fuesen para ella muy
divertidos. Contra el tío ya sabía de tiempo atrás qué armas emplear; echar la casa por la ventana, gastar
mucho en el regalo de su propia personilla. En cuanto a Bonis... ni en rigor le quería tan mal como al
otro, ni había pensado concretamente hasta entonces en un gran castigo para él; sólo se le había ocurrido [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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